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LA CULTURA Y LA INCULTURA DE LA QUEJA

La antropología es una ciencia de las explicaciones, siempre acude a tratar de explicar lo que otras ciencias no hacen o consideran demasiado obvio para dilucidar. No es una ciencia “todologa” y para muchos ni siquiera es ciencia, no obstante a menudo nos ayuda a entender aspectos fundamentales de nuestras culturas, y nos ayuda a entendernos a nosotros mismos, por qué somos y hacemos lo que hacemos.


El mexicano siempre se queja, de todo, nació quejándose y el último suspiro es la última de sus quejas antes de fenecer. Muchos antropólogos e investigadores multidisciplinarios tratan de explicar el sentido cultural de la queja, y particularmente historiadores y analistas políticos aseguran que esta tiene una función ideológica y hasta transformadora; que canaliza los impulsos sociales, que homogeneiza la inconformidad y que guía la transformación social, a menudo hemos escuchado que “los grandes revolucionarios” antes de su ascenso, fueron grandes “quejadores”, que elevaron sus quejas hasta llegar a cada mexicano y entonces, solo entonces pudieron concretar un movimiento.

 

¡Nada más falso! La queja en términos biológicos es una respuesta natural al dolor o al miedo por ello pareciera que para nosotros es tan natural como respirar, sin embargo, socialmente –guardémonos de señalarla como cultural, por ahora- tiene otras connotaciones; es un instrumento político, al menos le sirve muy bien a los políticos.

 

Es un agente socializador, suele requerir asociación, y por ende, ¡sigue sirviendo a los políticos! y es además, “una expresión de nuestro estado físico social” Perdónenme esta rara conceptualización, pero es necesaria. El estado físico social, desde una visión organicista, es el cómo se encuentra nuestra cabeza, nuestro corazón, nuestros pulmones, nuestros brazos y piernas, nuestros ojos y oídos y cada parte de nuestro cuerpo social. Es claro que el nuestro está en un estado lamentable, y eso ha generado una crisis generalizada que produce dolor y por ende sienta la base para la queja. Sin embargo, por encima de todo esto, la queja social está ligada a la difusión (la propaganda) sin ella no existe, ¡si nadie oye tu queja, la queja solo es un acto biológico! entonces nuestros Revolucionarios para llegar al pueblo deberían haber tenido una extraordinaria maquinaria propagandística, ¿y saben qué? no fue así, la difusión ideológica era lenta y dificultosa, es fácil identificarla y analizarla pasado el tiempo, pero en el momento era improductiva, panfletos y periódicos de incipiente circulación, daban cuenta de lo que pasaba, pero sólo unos pocos letrados los leían, el pueblo solo tenía hambre, vivía injusticia y sentía dolor, ese dolor lo encarnaron nuestros revolucionarios, que dejaron la queja y la convirtieron en acción, “como cuando nos levantamos de la cama y nos ponemos a trabajar para olvidar el dolor de cabeza.” 


Para resumir, la queja hoy en día, es más que una alerta biológica de dolor, de miedo, ¡es un acto propagandístico, con alto contenido político! Y donde no, es la expresión de la frustración que nos causa la enfermedad de nuestro cuerpo social, que a diferencia del pasado, hoy explota la difusión, la propaganda de nuestras emociones sobre la acción, y que ha derivado en un contrasentido, “La queja contra la queja”, lo que la convierte ahora si, en un fenómeno cultural poco analizado, y el cual es necesario abordar para canalizar los esfuerzos sociales y que no sea uno más de los “estados de Face”, efecto solo de la propaganda tecnológica que desinforma e incultura a la sociedad, volviéndola apenas, un bien de uso y desuso.

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